jueves, 10 de enero de 2008

LAS ENSENANZAS DEL CAÑO VIEJO

Vamos a abordar hoy un breve paseo al socaire del pinar y la colonia Mirasierra-trufado por cierto de centros educativos- para recalar en uno de los escasísimos vestigios árabes de Villalba: El Caño Viejo.
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Por las calles Camino de La Fonda o Río Nalón, avanzamos hasta la colonia vecina (Peñanevada IV), tras orillar el colegio público Cantos Altos. En el primer cruce confluyen a mano izquierda las instalaciones del Canal de Isabel II, así como el bar -a la par que centro social de Peñanevada. Nosotros seguimos por la vía derecha para torcer de inmediato por la izquierda (Calle de las Golondrinas).
Pinos, abetos y álamos vetustos se cuelan entre los bloques de Peñanevada, urbanización que resalta por sus tejados de pizarra y sus grandes terrazas, a las que se encaraman con descaro las hiedras. La tranquilidad y la umbría imprimen su sello al entorno, tan solo atemperado por el griterío circunstancial de los chiquillos que asedia los columpios y el coro de chácharas de sus progenitores.
Por esos azares imprevisibles de los callejeros oficiales, la continuación de la calle de las Golondrinas se convierte de nuevo en Camino de la Fonda. Pasado el sig. cruce, se alzan las madejas apaisadas de la urbanización de Cantos Altos. De aires mediterráneos, sus amplísimas terrazas escalonadas parecen planear con indolencia a cierta altura. Por encima de sus tejados acuchilla los cielos la lanzada siniestra de sus antenas de telefonía móvil. Con atención, atisbaremos los contornos superiores del gigantesco “sarcófago” de agua que surte a los habitantes de Villalba.
A contramano, tras una insulaza alambrada, se yergue un pinar señorial, al que presta un aire bucólico un gran estanque, moteado en ocasiones por las centellas anaranjadas que aletean bajo el agua.
Al fin, Camino de la Fonda, aunque por un breve tramo, recobra su ser primigenio: Se descarna de asfalto y muestra sus entramas de tierra y gravilla. Accedemos a la zona más agreste de la ruta: a la diestra, el encinar autóctono pervive acosado por el pinar; a siniestra, las coníferas, alentadas por el hombre, rodean los edificios de un nuevo colegio de educación secundaria (Virgen de la Almudena) y de una residencia de ancianos.
Al arrimo de las vallas, nos salen al paso algunos ailantos y almendros. El costado derecho, frente al colegio de secundaria, nos muestra unas rústicas instalaciones deportivas custodiadas de piñoneros. Después, empieza la prevalencia de grandes solares con antañonas casa de piedra: Nos hallamos en la colonia Mirasierra, recientemente asfaltada.
Nos internamos por la derecha (Paseo de Belmas) en ligero ascenso. Tan solo una hilera de adosados (al mismo lado) rompe la sucesión citada de casonas de piedra con grades porches y verjas de hierro. El paseo gira a la izquierda, llaneando y descendiendo suavemente. A mano derecha, atisbamos tras una verja la hermosa estampa de piedra y ladrillo de un hotelito decimonónico, al que anteceden arbustos y abetos de lánguido porte.
Al frente nos espera un recodo de la ruta, custodiado por un centinela colosal: un álamo enhiesto, catalogado como monumental por la comunidad de Madrid. A su vera, un puñado de mesas de tablero ajedrezado y, en una esquina, escondiendo sus cuitas, una fuente abovedada de piedra: el Caño Viejo. Originariamente de ladrillo, los eruditos adscriben a la época de la dominación musulmana, hace un milenio aproximadamente.
Descendemos por la izquierda, ante dos nuevos centros educativos, la escuela Monteschori y la escuela infantil Nubes. Optamos por la izquierda (paseo de Mirasierra) y derecha (travesía de Mirasierra) para desembocar en un espectacular mirador, que sirve de pórtico al casco viejo de Villalba. Nos hallamos en El Raso, lugar al que confluyen, en torno a una rotonda, un manojo de columpios de nuevo cuño (distribuidos por edades) y la cafetería del mismo nombre, con grandes árboles en su terraza bajo los que saborear una cerveza helada durante los ardores estivales. Por encima de la entrada al pueblo de Villalba, se empina con esfuerzo el sobrio campanario de la iglesia de la Virgen del Enebral (s. XV).
Nosotros, posponemos el callejeo escueto de Villalba pueblo para mejor ocasión y, dando media vuelta –y desechando la travesía de Mirasierra. Regresamos a los Altos por el Camino de la Fonda, nuevamente sepultado por una costra de cemento, pero acompañados de las copas algodonosas de los pinos y de una serenidad, sólo rasgada por algún vehículo o ladrido extemporáneo.

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