lunes, 10 de marzo de 2008

El COTO DE LAS SUERTES
A escasos 15 minutos de andadura desde nuestra urbanización se conserva un magnífico ejemplo de bosque mediterráneo. De propiedad particular, estaba predestinado a albergar 400 viviendas. Afortunadamente, la enérgica y continuada protesta de vecinos y asociaciones villalbinos logró paralizar el proceso. Finalmente el ayuntamiento compró los terrenos a la propiedad por la "módica" cantidad de 7 millones de euros y los terrenos fueron declarados no urbanizables. El día 21-III-07, tras unas enjundiosas obras de “reforma”, el nuevo recinto (40 hectáreas) fue inaugurado por nuestro omnipresente alcalde, José Pablo González, para disfrute de propios y extraños.
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Desde nuestra urbanización podemos acceder al Coto por una doble alternativa. Para ello nos bastaría con echar a andar bajo la A-6 (túnel de la gasolinera) o bien sobre la misma (puente de la urbanización Los Delfines).
En el primero de los casos, a la salida del túnel, efectuamos un breve quiebro izquierda derecha para descender por la cuesta que antecede al colegio Tierno Galván (calle de los Almendros). Después en la rotonda, proseguimos junto a la vía de ferrocarril en dirección a la estación (Vial Sur). Al acabar la cuesta en la rotonda que da a la gasolinera, giramos a la izquierda por un túnel bajo el tendido ferroviario.
Si accedemos por el puente de los Delfines, giramos a la izquierda y en la rotonda por la derecha, bajando entre el centro de Salud y el parque de los Aromas(C/ Ruiz de Alarcón). En la rotonda subsiguiente, proseguimos cuesta abajo hasta alcanzar también el antedicho acceso bajo los raíles del tren.
De inmediato, nos espera a mano izquierda el curso descendente del río Guadarrama -que discurre turbio y trufado de desperdicios- y el acceso al Coto de las Suertes, en cuya antesala, montan guardia algunos fresnos portentosos.
El pórtico, a base de ladrillo, piedra y forja le imprime un cierto aire señorial. Nada más acceder, a mano derecha, un plano de estilo naif nos indica todas las instalaciones y caminos del recinto. Cada uno de ellos se ha rotulado de un color diferente para guiarnos en nuestro paseo por el mismo. Sendos hitos cilíndricos de madera, señalizados por el color correspondiente intentan con escasa precisión llevarnos a nuestro destino. En cualquier caso, el reducido tamaño del recinto permite circundar el área en poco mas de media ahora a ritmo de paseo. Una vez dentro la impresión positiva inicial se desmorona con la “autopista” de tierra apisonada que articula el eje viario.
La vegetación ha desaparecido de una ancha franja de terreno (hasta 5 ó 6 metros) en el primer tramo de “camino” y los vertidos amenazan con desmoronarse por los bordes. ¿De verdad era necesario este holocausto vegetal? ¿Se trata quizás de aprovechar la instalación para pista de aterrizaje de aeropuerto rural? Afortunadamente, el buen gusto parece haber imperado en las edificaciones que combinan con acierto la piedra y la madera, acentuando algunas molduras y cercos con ladrillo.
A mano izquierda, aparece en seguida un“kiosco”(de probable destino hostelero). Se trata de una gran construcción de piedra escoltada por sendos porches poligonales con techumbre radial de vigas de madera. A contramano, con cierto sello de búnker se sitúa el aula de Naturaleza.
Después viene una bifurcación que tomamos por la derecha. Afortunadamente, la “autopista” va adelgazando progresivamente.
En la segunda bifurcación, a mano izquierda se sitúa el establo donde se refugian a buen recaudo las ovejas -de raza rubia del Molar por mas señas- y un par de asnos(Lorenza y Camilo). Le antecede una gran explanada desprovista de vegetación alguna. Por cierto, si suardáis los trozos de pan duro, podéis ofrecérselso al gando sin mayor problema (Incluso podéis dejar bolsas de chuscos en lso corrales con la aprobación del propio pastor).
Atardece y un enjambre de chiquillos se pelea por “colar” su ojo por el de la cerradura del establo para atisbar la silueta de las bestias. La construcción tiene planta de U y entre sus brazos se sitúan los comederos al aire libre. Una cámara por control remoto disuade a los incívicos de sus felonías.
Tomamos de nuevo por el camino de la derecha que se ciñe de cerca a la valla del recinto, toda ella de piedra y rejería con la omnipresente paloma villalbina. Detrás acecha la urbanización de las Suertes. Alcanzamos un pequeño altiplano donde, aprovechando -o rematando- las ruinas de unas casillas, se han incrustado una especie de mesas descomunales para la practica del ping pong (o eso suponemos). Si volvemos la vista atrás, gozaremos de una soberbia panorámica de Villalba recostada contra el telón de la sierra.
Por esta zona, tramos de la valla aparecen derribados por el suelo y se puede franquear fácilmente el recinto. Algo más allá hay unas gradas escasas –en cantidad que no en tamaño- y un evocador escenario que cabalga sobre una gran losa de piedra natural. Al parecer, en este lugar desgranarán sus historias los cuentacuentos. Justo a su vera, una generosa fuente de cuatro grifos de pulsador se niega a surtirnos del liquido elemento.
Seguidamente se sitúa un área de juegos infantil. Este enclave, pasto de los vientos, se presta con furia a las cabriolas de las cometas. Por aquí ya se puede hablar propiamente de senderos y veredas. Escogemos la más próxima a la valla hasta topar con el fin del camino frente a la finca de Suertes Nuevas. Trenzamos nuestros pasos por la izquierda, campo a través, en busca del río. De forma sorprendente, menudean por todo el Coto las hozaduras de jabalí. A las carrascas y encinas que señorean el lugar, se añade ahora una desgarbada amalgama de jaras.
Siguiendo nuestro recorrido perimetral, alcanzamos la salida del mismo. Un paso de pescadores nos ofrece la sugerente alternativa de retornar por la margen derecha del Guadarrama, aguas arriba. Aquí se apostan algunos fresnos de tronío.
Las aguas sin embargo bajan con un desagradable tono lechoso, teñido de color por algún inoportuno contenedor de basura. En la otra margen se alzan rotundas las siluetas de la depuradora y de la pirámide de vertidos del macrotúnel (que refulge bajo un sol inesperado).
Una vereda escueta, que se encarama entre arbustos, fresnos y canchales atormentados agota su recorrido frente a un nuevo paso de pescadores que nos permite retornar al Coto. Las sombras de la noche se abaten sobre el cronista mientras enfila la salida.

jueves, 10 de enero de 2008

LAS ENSENANZAS DEL CAÑO VIEJO

Vamos a abordar hoy un breve paseo al socaire del pinar y la colonia Mirasierra-trufado por cierto de centros educativos- para recalar en uno de los escasísimos vestigios árabes de Villalba: El Caño Viejo.
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Por las calles Camino de La Fonda o Río Nalón, avanzamos hasta la colonia vecina (Peñanevada IV), tras orillar el colegio público Cantos Altos. En el primer cruce confluyen a mano izquierda las instalaciones del Canal de Isabel II, así como el bar -a la par que centro social de Peñanevada. Nosotros seguimos por la vía derecha para torcer de inmediato por la izquierda (Calle de las Golondrinas).
Pinos, abetos y álamos vetustos se cuelan entre los bloques de Peñanevada, urbanización que resalta por sus tejados de pizarra y sus grandes terrazas, a las que se encaraman con descaro las hiedras. La tranquilidad y la umbría imprimen su sello al entorno, tan solo atemperado por el griterío circunstancial de los chiquillos que asedia los columpios y el coro de chácharas de sus progenitores.
Por esos azares imprevisibles de los callejeros oficiales, la continuación de la calle de las Golondrinas se convierte de nuevo en Camino de la Fonda. Pasado el sig. cruce, se alzan las madejas apaisadas de la urbanización de Cantos Altos. De aires mediterráneos, sus amplísimas terrazas escalonadas parecen planear con indolencia a cierta altura. Por encima de sus tejados acuchilla los cielos la lanzada siniestra de sus antenas de telefonía móvil. Con atención, atisbaremos los contornos superiores del gigantesco “sarcófago” de agua que surte a los habitantes de Villalba.
A contramano, tras una insulaza alambrada, se yergue un pinar señorial, al que presta un aire bucólico un gran estanque, moteado en ocasiones por las centellas anaranjadas que aletean bajo el agua.
Al fin, Camino de la Fonda, aunque por un breve tramo, recobra su ser primigenio: Se descarna de asfalto y muestra sus entramas de tierra y gravilla. Accedemos a la zona más agreste de la ruta: a la diestra, el encinar autóctono pervive acosado por el pinar; a siniestra, las coníferas, alentadas por el hombre, rodean los edificios de un nuevo colegio de educación secundaria (Virgen de la Almudena) y de una residencia de ancianos.
Al arrimo de las vallas, nos salen al paso algunos ailantos y almendros. El costado derecho, frente al colegio de secundaria, nos muestra unas rústicas instalaciones deportivas custodiadas de piñoneros. Después, empieza la prevalencia de grandes solares con antañonas casa de piedra: Nos hallamos en la colonia Mirasierra, recientemente asfaltada.
Nos internamos por la derecha (Paseo de Belmas) en ligero ascenso. Tan solo una hilera de adosados (al mismo lado) rompe la sucesión citada de casonas de piedra con grades porches y verjas de hierro. El paseo gira a la izquierda, llaneando y descendiendo suavemente. A mano derecha, atisbamos tras una verja la hermosa estampa de piedra y ladrillo de un hotelito decimonónico, al que anteceden arbustos y abetos de lánguido porte.
Al frente nos espera un recodo de la ruta, custodiado por un centinela colosal: un álamo enhiesto, catalogado como monumental por la comunidad de Madrid. A su vera, un puñado de mesas de tablero ajedrezado y, en una esquina, escondiendo sus cuitas, una fuente abovedada de piedra: el Caño Viejo. Originariamente de ladrillo, los eruditos adscriben a la época de la dominación musulmana, hace un milenio aproximadamente.
Descendemos por la izquierda, ante dos nuevos centros educativos, la escuela Monteschori y la escuela infantil Nubes. Optamos por la izquierda (paseo de Mirasierra) y derecha (travesía de Mirasierra) para desembocar en un espectacular mirador, que sirve de pórtico al casco viejo de Villalba. Nos hallamos en El Raso, lugar al que confluyen, en torno a una rotonda, un manojo de columpios de nuevo cuño (distribuidos por edades) y la cafetería del mismo nombre, con grandes árboles en su terraza bajo los que saborear una cerveza helada durante los ardores estivales. Por encima de la entrada al pueblo de Villalba, se empina con esfuerzo el sobrio campanario de la iglesia de la Virgen del Enebral (s. XV).
Nosotros, posponemos el callejeo escueto de Villalba pueblo para mejor ocasión y, dando media vuelta –y desechando la travesía de Mirasierra. Regresamos a los Altos por el Camino de la Fonda, nuevamente sepultado por una costra de cemento, pero acompañados de las copas algodonosas de los pinos y de una serenidad, sólo rasgada por algún vehículo o ladrido extemporáneo.