jueves, 19 de marzo de 2009

LA CASCADA DEL COVACHO

EXCURSION A LA CASCADA DEL COVACHO (MORALZARZAL)
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Distancia: 10 kms (ida y vuelta)
Dificultad: media-baja
Pendiente: inapreciables salvo la cuesta incial de unos 300 m.
Fuentes: ninguna
Valores: paisajísticos
Estaciones recomendadas: todas menos verano, por la escasez de sombra
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Se accede desde el parque de Peñalba (zona de Villalba Pueblo) en dirección a Fontenebro por la calle Dr. José Maria Poveda. Nada mas pasar un caserón de piedra a mano derecha (El Herradero) nos internamos por la primera calle en el mismo costado que bordea la urb. Mirador de la Sierra.
Dejamos el coche donde acaba el asfalto y acometemos el ascenso de un empinado carril de tierra, flanqueado por chalés a la izquierda y una finca cercada a contramano, tras la cual nos mira un avestruz inquisitivamente.
La vegetación se compone de carrascas y enebros, a los que acompañan jaras pringosas, torviscos, cantuesos, etc.
Al cabo de unos cientos de metros, coronamos la pendiente y la pista comienza a llanear, ciñéndose en gran medida al curso de las conducciones del Canal de Isabel II.
El relieve es pedregoso en gran medida y nos cierra el horizonte a mano izquierda la sierra de Hoyo. Pronto divisamos a media ladera una caseta de piedra del Canal.
En poco tiempo llegaremos a la segunda caseta a pie de camino. Afea su entorno una variada colección de escombros entre los que no faltan un par de carretillas herrumbrosas. Junto a la construcción han “rastrillado” el terreno una piara de jabalíes.
Proseguimos nuestra ruta hasta alcanzar una gran losa de piedra con forma de caparazón de tortuga. Aquí se ubica la tercera de las casetas del Canal (a la derecha del camino)
Después el camino bordea el cerro Mirete (a mano izquierda) y desciende hasta bordear y vadear el arroyo del Endrinal, cuyo herbazal ha sido pasto de nuevo de las hozaduras de los puercos salvajes.
Proseguimos andadura, sin dejar el camino principal hasta alcanzar unas torres de alta tensión que se entrecruzan sobre nuestra ruta. En seguida tomamos un desvío a la izquierda, orillando y atravesando un joven pinar de piñonero. Al frente divisamos ahora un risco con una roca en forma de uña: el cerro Lechuza.
Sin dejar esta vía alcanzaremos al fin el arroyo de Peña Herrera. Escasos metros cauce arriba se despeña por un tobogán de piedra alabeada la hermosísima, escueta y efímera cascada del Covacho (que pierde sus aguas al llegar el mes de mayo).

Algunas zancadas por la orilla derecha nos permitirán abordar una segunda cascada, geminada y aún más pequeña, embutida entre ásperos paredones. Si seguimos aún unos metros más arriba, podremos sortear el arroyo y enlazar con una vereda que asciende con decisión y se aleja paulatinamente del mismo.
A la altura de una piedra cúbica posada sobre una lancha, podemos abandonar el camino y acercarnos a la inmediata gruta del Covacho en el cerrete del mismo nombre. Semitapiada por algunas piedras talladas y tradicional refugio de pastores, infiere un auténtico tajo al peñasco que la alberga.

El retorno debe realizarse por la última vereda citada hasta enlazar con el camino principal y repasar nuestras huellas hasta Villalba.

lunes, 10 de marzo de 2008

El COTO DE LAS SUERTES
A escasos 15 minutos de andadura desde nuestra urbanización se conserva un magnífico ejemplo de bosque mediterráneo. De propiedad particular, estaba predestinado a albergar 400 viviendas. Afortunadamente, la enérgica y continuada protesta de vecinos y asociaciones villalbinos logró paralizar el proceso. Finalmente el ayuntamiento compró los terrenos a la propiedad por la "módica" cantidad de 7 millones de euros y los terrenos fueron declarados no urbanizables. El día 21-III-07, tras unas enjundiosas obras de “reforma”, el nuevo recinto (40 hectáreas) fue inaugurado por nuestro omnipresente alcalde, José Pablo González, para disfrute de propios y extraños.
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Desde nuestra urbanización podemos acceder al Coto por una doble alternativa. Para ello nos bastaría con echar a andar bajo la A-6 (túnel de la gasolinera) o bien sobre la misma (puente de la urbanización Los Delfines).
En el primero de los casos, a la salida del túnel, efectuamos un breve quiebro izquierda derecha para descender por la cuesta que antecede al colegio Tierno Galván (calle de los Almendros). Después en la rotonda, proseguimos junto a la vía de ferrocarril en dirección a la estación (Vial Sur). Al acabar la cuesta en la rotonda que da a la gasolinera, giramos a la izquierda por un túnel bajo el tendido ferroviario.
Si accedemos por el puente de los Delfines, giramos a la izquierda y en la rotonda por la derecha, bajando entre el centro de Salud y el parque de los Aromas(C/ Ruiz de Alarcón). En la rotonda subsiguiente, proseguimos cuesta abajo hasta alcanzar también el antedicho acceso bajo los raíles del tren.
De inmediato, nos espera a mano izquierda el curso descendente del río Guadarrama -que discurre turbio y trufado de desperdicios- y el acceso al Coto de las Suertes, en cuya antesala, montan guardia algunos fresnos portentosos.
El pórtico, a base de ladrillo, piedra y forja le imprime un cierto aire señorial. Nada más acceder, a mano derecha, un plano de estilo naif nos indica todas las instalaciones y caminos del recinto. Cada uno de ellos se ha rotulado de un color diferente para guiarnos en nuestro paseo por el mismo. Sendos hitos cilíndricos de madera, señalizados por el color correspondiente intentan con escasa precisión llevarnos a nuestro destino. En cualquier caso, el reducido tamaño del recinto permite circundar el área en poco mas de media ahora a ritmo de paseo. Una vez dentro la impresión positiva inicial se desmorona con la “autopista” de tierra apisonada que articula el eje viario.
La vegetación ha desaparecido de una ancha franja de terreno (hasta 5 ó 6 metros) en el primer tramo de “camino” y los vertidos amenazan con desmoronarse por los bordes. ¿De verdad era necesario este holocausto vegetal? ¿Se trata quizás de aprovechar la instalación para pista de aterrizaje de aeropuerto rural? Afortunadamente, el buen gusto parece haber imperado en las edificaciones que combinan con acierto la piedra y la madera, acentuando algunas molduras y cercos con ladrillo.
A mano izquierda, aparece en seguida un“kiosco”(de probable destino hostelero). Se trata de una gran construcción de piedra escoltada por sendos porches poligonales con techumbre radial de vigas de madera. A contramano, con cierto sello de búnker se sitúa el aula de Naturaleza.
Después viene una bifurcación que tomamos por la derecha. Afortunadamente, la “autopista” va adelgazando progresivamente.
En la segunda bifurcación, a mano izquierda se sitúa el establo donde se refugian a buen recaudo las ovejas -de raza rubia del Molar por mas señas- y un par de asnos(Lorenza y Camilo). Le antecede una gran explanada desprovista de vegetación alguna. Por cierto, si suardáis los trozos de pan duro, podéis ofrecérselso al gando sin mayor problema (Incluso podéis dejar bolsas de chuscos en lso corrales con la aprobación del propio pastor).
Atardece y un enjambre de chiquillos se pelea por “colar” su ojo por el de la cerradura del establo para atisbar la silueta de las bestias. La construcción tiene planta de U y entre sus brazos se sitúan los comederos al aire libre. Una cámara por control remoto disuade a los incívicos de sus felonías.
Tomamos de nuevo por el camino de la derecha que se ciñe de cerca a la valla del recinto, toda ella de piedra y rejería con la omnipresente paloma villalbina. Detrás acecha la urbanización de las Suertes. Alcanzamos un pequeño altiplano donde, aprovechando -o rematando- las ruinas de unas casillas, se han incrustado una especie de mesas descomunales para la practica del ping pong (o eso suponemos). Si volvemos la vista atrás, gozaremos de una soberbia panorámica de Villalba recostada contra el telón de la sierra.
Por esta zona, tramos de la valla aparecen derribados por el suelo y se puede franquear fácilmente el recinto. Algo más allá hay unas gradas escasas –en cantidad que no en tamaño- y un evocador escenario que cabalga sobre una gran losa de piedra natural. Al parecer, en este lugar desgranarán sus historias los cuentacuentos. Justo a su vera, una generosa fuente de cuatro grifos de pulsador se niega a surtirnos del liquido elemento.
Seguidamente se sitúa un área de juegos infantil. Este enclave, pasto de los vientos, se presta con furia a las cabriolas de las cometas. Por aquí ya se puede hablar propiamente de senderos y veredas. Escogemos la más próxima a la valla hasta topar con el fin del camino frente a la finca de Suertes Nuevas. Trenzamos nuestros pasos por la izquierda, campo a través, en busca del río. De forma sorprendente, menudean por todo el Coto las hozaduras de jabalí. A las carrascas y encinas que señorean el lugar, se añade ahora una desgarbada amalgama de jaras.
Siguiendo nuestro recorrido perimetral, alcanzamos la salida del mismo. Un paso de pescadores nos ofrece la sugerente alternativa de retornar por la margen derecha del Guadarrama, aguas arriba. Aquí se apostan algunos fresnos de tronío.
Las aguas sin embargo bajan con un desagradable tono lechoso, teñido de color por algún inoportuno contenedor de basura. En la otra margen se alzan rotundas las siluetas de la depuradora y de la pirámide de vertidos del macrotúnel (que refulge bajo un sol inesperado).
Una vereda escueta, que se encarama entre arbustos, fresnos y canchales atormentados agota su recorrido frente a un nuevo paso de pescadores que nos permite retornar al Coto. Las sombras de la noche se abaten sobre el cronista mientras enfila la salida.

jueves, 10 de enero de 2008

LAS ENSENANZAS DEL CAÑO VIEJO

Vamos a abordar hoy un breve paseo al socaire del pinar y la colonia Mirasierra-trufado por cierto de centros educativos- para recalar en uno de los escasísimos vestigios árabes de Villalba: El Caño Viejo.
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Por las calles Camino de La Fonda o Río Nalón, avanzamos hasta la colonia vecina (Peñanevada IV), tras orillar el colegio público Cantos Altos. En el primer cruce confluyen a mano izquierda las instalaciones del Canal de Isabel II, así como el bar -a la par que centro social de Peñanevada. Nosotros seguimos por la vía derecha para torcer de inmediato por la izquierda (Calle de las Golondrinas).
Pinos, abetos y álamos vetustos se cuelan entre los bloques de Peñanevada, urbanización que resalta por sus tejados de pizarra y sus grandes terrazas, a las que se encaraman con descaro las hiedras. La tranquilidad y la umbría imprimen su sello al entorno, tan solo atemperado por el griterío circunstancial de los chiquillos que asedia los columpios y el coro de chácharas de sus progenitores.
Por esos azares imprevisibles de los callejeros oficiales, la continuación de la calle de las Golondrinas se convierte de nuevo en Camino de la Fonda. Pasado el sig. cruce, se alzan las madejas apaisadas de la urbanización de Cantos Altos. De aires mediterráneos, sus amplísimas terrazas escalonadas parecen planear con indolencia a cierta altura. Por encima de sus tejados acuchilla los cielos la lanzada siniestra de sus antenas de telefonía móvil. Con atención, atisbaremos los contornos superiores del gigantesco “sarcófago” de agua que surte a los habitantes de Villalba.
A contramano, tras una insulaza alambrada, se yergue un pinar señorial, al que presta un aire bucólico un gran estanque, moteado en ocasiones por las centellas anaranjadas que aletean bajo el agua.
Al fin, Camino de la Fonda, aunque por un breve tramo, recobra su ser primigenio: Se descarna de asfalto y muestra sus entramas de tierra y gravilla. Accedemos a la zona más agreste de la ruta: a la diestra, el encinar autóctono pervive acosado por el pinar; a siniestra, las coníferas, alentadas por el hombre, rodean los edificios de un nuevo colegio de educación secundaria (Virgen de la Almudena) y de una residencia de ancianos.
Al arrimo de las vallas, nos salen al paso algunos ailantos y almendros. El costado derecho, frente al colegio de secundaria, nos muestra unas rústicas instalaciones deportivas custodiadas de piñoneros. Después, empieza la prevalencia de grandes solares con antañonas casa de piedra: Nos hallamos en la colonia Mirasierra, recientemente asfaltada.
Nos internamos por la derecha (Paseo de Belmas) en ligero ascenso. Tan solo una hilera de adosados (al mismo lado) rompe la sucesión citada de casonas de piedra con grades porches y verjas de hierro. El paseo gira a la izquierda, llaneando y descendiendo suavemente. A mano derecha, atisbamos tras una verja la hermosa estampa de piedra y ladrillo de un hotelito decimonónico, al que anteceden arbustos y abetos de lánguido porte.
Al frente nos espera un recodo de la ruta, custodiado por un centinela colosal: un álamo enhiesto, catalogado como monumental por la comunidad de Madrid. A su vera, un puñado de mesas de tablero ajedrezado y, en una esquina, escondiendo sus cuitas, una fuente abovedada de piedra: el Caño Viejo. Originariamente de ladrillo, los eruditos adscriben a la época de la dominación musulmana, hace un milenio aproximadamente.
Descendemos por la izquierda, ante dos nuevos centros educativos, la escuela Monteschori y la escuela infantil Nubes. Optamos por la izquierda (paseo de Mirasierra) y derecha (travesía de Mirasierra) para desembocar en un espectacular mirador, que sirve de pórtico al casco viejo de Villalba. Nos hallamos en El Raso, lugar al que confluyen, en torno a una rotonda, un manojo de columpios de nuevo cuño (distribuidos por edades) y la cafetería del mismo nombre, con grandes árboles en su terraza bajo los que saborear una cerveza helada durante los ardores estivales. Por encima de la entrada al pueblo de Villalba, se empina con esfuerzo el sobrio campanario de la iglesia de la Virgen del Enebral (s. XV).
Nosotros, posponemos el callejeo escueto de Villalba pueblo para mejor ocasión y, dando media vuelta –y desechando la travesía de Mirasierra. Regresamos a los Altos por el Camino de la Fonda, nuevamente sepultado por una costra de cemento, pero acompañados de las copas algodonosas de los pinos y de una serenidad, sólo rasgada por algún vehículo o ladrido extemporáneo.

sábado, 15 de diciembre de 2007

EL VIGIA DE TORRELODONES

Por primera vez (y no última) recurriremos al concurso de un vehículo (particular o colectivo) para acercarnos al próximo municipio de Torrelodones. En el segundo de los casos, el 685 tiene sendas paradas junto a la autovía de servicio (dirección Madrid), bien junto a la urbanización de Los Delfines (accediendo por el puente sobre la A-6) o bien junto a la parroquia de la Virgen del Camino (accediendo por el túnel). Aún vez en Torrelodones, nos apearemos en la parada mas próxima a su bulevar (la calle del Camino de Valladolid) y torciendo a la derecha alcanzaremos el paseo de Joaquín Ruiz Giménez, (Click en foto izq. para ampliar) atravesaremos una rotonda y llegaremos al Campo de Fútbol y al aledaño Tanatorio (Click en foto dcha. para ampliar), lugar donde nos reciben los emprendedores integrantes de la asociación vecinal ACTUA, organizadores e la marcha.
En coche debemos tomar la A-6 dirección Madrid y abandonarla en el km. 29, en dirección a Torrelodones y Hoyo de Manzanares. De inmediato en la primera rotonda, torcemos por la primera a la derecha (paseo de Joaquín Ruiz Giménez y Av de los Peñascales) hasta llegar también al Tanatorio.
Nos espera un suave paseo entre canchales graníticos, bosque mediterráneo y una recoleta y minúscula laguna antes de abordar una de las pocas atalayas árabes de la comunidad, la Torre de los Lodones (s. IX) .

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Desde el parking del Tanatorio cruzamos la calle de Joaquín Ruiz Giménez para internarnos por una vía pecuaria y terriza, el antiguo Cordel del Hoyo de manzanares. En este tramo el Cordel conserva su anchura original de 45 varas castellanas (unos 37,5 m).
Marchamos entre grandes residencias unifamiliares, acompañados por el ladrido de los cancerberos. Ascendemos suavemente y nos cruzamos con el estruendo de un motorista temerario. El Cordel converge con la ctra de Hoyo de Manzanares en una rotonda. Cruzamos por el paso de cebra más próximo y seguimos por la derecha hasta poder girar en las sig. Calles sucesivamente a la izquierda y a la derecha (Mar Menor). Se alternan los chales de grandes parcelas con retazos de peñascos y carrascas.
Hacia el norte, sobre el perfil de un cerro desolado cabalga la Casa del Canto del Pico. Agotada la calle del Mar Menor, torcemos a la derecha y proseguimos hasta el primer cruce. Avanzando por nuestra diestra, nos arrimamos a la valla de lo chalés de la izquierda.

Acabada esta, giramos sin despegarnos de ella. Un tapiz de encinas, retamas, jaras y algún pino piñonero se extiende a nuestra diestra.

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La casa del Canto del Pico: recreo de un dictador

De fisonomía heterodoxa, su historia has sido muy accidentada: Fue construida en los años 20 del pasado siglo pro el Conde de las Almenas. Este se dedicó a ensamblar diferentes elementos arquitectónicos de origen muy diverso (como el claustro gótico de un convento valenciano devuelto en el 2006 a su recinto primitivo).

Al acabar la guerra civil, se la cedió al genial Franco como finca de recreo. Fallecido el dictador, y tras diversos avatares, termino en manso de un grupo hostelero que pretendió convertirla en un gran complejo turístico. Dado su valor arquitectónico y paisajístico la tentativa fue felizmente paralizada. La autoridades pretenden ahora convertirla en un Centro de Interpretación de la Naturaleza (No en vano se halla en pleno Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares). Sin embargo, las gestiones se hallan por el momento paralizadas.
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El camino apunta hacia el Noroeste hasta topar con un enorme bolo granítico, pista de rodaje para escaladores en ciernes. Lo sorteamos por su izquierda, emprendiendo un franco descenso hasta topar con la horquilla de un soberbio alcornoque. Tras la misma se divisa una antena rojiblanca de telefonía móvil.
Desechamos las veredas que deshilachan la senda principal y vadeamos por un puentecillo de madera el menguado arroyo del Piojo. A su vera, monta guardia varios chopos de talle tormentoso, mientras nuestros pasos rozan a la esquina de una nueva ristra de chalés. Despejamos definitivamente el abrazo inmobiliario en el cruce aledaño, donde torcemos por la derecha enfilando el rumbo hacia la Casa del Canto del Pico. El despliegue arbustivo cobra un auge inusitado con escaramujos, majuelos, cantuesos, torviscos…
En la primera bifurcación nos decantamos por el ramal derecho. Así en pocas zancadas mas llegamos al pequeño dique que represa las aguas del arroyo mencionado formando una charca que rodeamos remontándola entre peñas pro la derecha. Encinas enebros y olivillas copan los alrededores y en la orilla inferior de la laguna extienden los arces de Montpellier sus parasoles anaranjados. A las aguas de la laguna abrevan el silencio y los ensueños.
Ni siquiera la poderosa zarpa sonora de la autovía llega hasta este cuenco natural. Avanzamos ahora con decisión hasta alcanzar el camino principal. En breve llegaremos hasta la Avenida de la Dehesa, aunque aun podemos demorar su encuentro torciendo en su vecindad hacia la derecha y caminado en paralelo hasta asomar ante el Polideportivo.
Rodeamos este por la derecha, retomando en la vía de servicio de la autopista. La cruzamos por un paso de cebra y la propia autovía por su puente para virar a la izquierda por la rotonda que remata el mismo. Extremamos la cautela mientras avanzamos por la cuenta de la vía de servicio (dirección Madrid) hasta que nos sale al paso una pista de tierra que apunta hacia la bella Torre de los Lodones.
Una barrera impide en sus inicios el paso de vehículos motorizados. En seguida torcemos en el primer desvío por la derecha para cobrar altura paulatinamente y alcanzar por su cara sur los pies del baluarte, el más accesible. Sitiado de arbustos y peñascos, ofrece una silueta tremendamente evocadora, apenas empañada por el estruendo de la autopista.

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La Torre de los Lodones
Al parecer esta atalaya recibe su nombre por la abundancia de lodones (o almeces) que la sitiaban en otro tiempo. Aún quedan algunos ejemplares de este arbolillo, muy escaso en nuestra comunidad. De hoja aserrada es resistente a la sequía y a la contaminación.
La torre fue erigida en mampostería entre los ss. IX y XI bajo la dominación árabe. Tenía como misión el control de la frontera de Al Andalus de los embates de las "bárbaros" cristianos. Por medio de señales de humo entre los distintos baluartes, se alertaba rápidamente en caso de peligro. Actualmente se conservan tan solo un puñado de las mismas, entre Venturada y la presa de El Atazar
La torre es maciza en su base. , vaciándose a partir de los tres metros de altura. Hacia 1928 fue rerformada, incluyendo una chimenea de piedra en el edificio de planta rectangular.]

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Cerrada a cal y canto, solo un ventanuco enrejado nos permitirá a duras penas atisbar su interior. Uno de nuestros acompañantes nos refiere con nostalgia que, de zagal, se guarecían en la torre y aprovechaban para despacharse allí un chocolate con churros. Retronamos al camino principal y avanzamos ahora entre la autovía y la atalaya. Rebasada esta, el camino se descuelga con una pronunciada pendiente, sembrada de guijarros. Al topar con una angosta carretera, giramos a la derecha para esquivar la autovía por el túnel que horada sus entrañas. De esta manera saldremos a la vía principal de Torrelodones, la calle del camino de Valladolid. Torcemos a la derecha y luego a la izquierda para internarnos en la calle Real a la altura de la plaza de la Constitución, lugar donde concurren el ayuntamiento y la histórica fuente del Caño con desahogado pilón. La calle Real, festoneada de casonas de piedra nos encauza hacia la rotonda que sirvió de antesala a nuestra andadura. En uno de sus bordes nos sorprende una hermosa mansión (notaría por mas señas) en la que monta guardia, impertérrito, un monje de bronce con el pecho perforado y surcado de costillas.
Siguiendo la prolongación natural de la calle Real, enlazamos con el paseo de Joaquín Ruiz Giménez, antes de recalar con optimismo –no exento de ironía- en nuestro punto de partida: el tanatorio municipal.

domingo, 9 de diciembre de 2007

MONTE COVER

“Monte Cover: Sierra efímera

Abordamos un paseo periurbano, enlazando el vial sur con el “vientre” de Villaba: en torno al arroyo del Enebral se congregan la Depuradora de Aguas residuales y las montañas de áridos y escombros procedentes del macro túnel de Honorio Lozano. Junto a ellas, sobreviven algunos enclaves con encanto.
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Salimos de la urbanización por la vía de servicio, caminando por la acera del supermercado Gigante. Rebasado el ciclópeo escaparate acristalado de la Volkswagen, el antiguo solar de la discoteca “El Graduado” es pasto de la insaciable voracidad de las excavadoras.
Cambiamos de acera por el paso de acera inmediato y “vadeamos” la autovía por el puente de Covico o de Los Delfines (nombre de la urbanización donde aterriza). Al llegar al cruce con Honorio Lozano, desviamos la vista a la derecha: El horizonte se cercena con la flamante escultura del “Vigía del Collado”, una escultura geométrica, obra del escultor vasco Iñaki Ruiz de Egino. En palabras suyas, se trata de “alguien que protege a la población. Realicé una abstracción formal de esta idea y surgió la escultura”.
Desde luego, con una explicación tan simple, se comprende la sencillez del artefacto que ha atraído duras criticas populares, hasta el punto de proponer su cambio de sexo como la “Viga del Collado”.
Tras este desahogo personal, viramos a la izquierda para cruzar al otro lado de Honorio Lozano por el primer paso de cebra y bajar por la inmediata vía de Ruiz de Alarcón. A la derecha varios bloques níveos con relieve granuloso conforman la urbanización Los Enebros. Sobre su muro generoso, descuellan los abetos, la grana de los ciruelos de Pissard y una catalpa de la que prenden con desgana sus vainas fusiformes. Justo donde tuerce la calle asoma el colegio público Miguel Delibes.
La calle desciende ahora entre pinos y encinas. A mano derecha, un menguado solar acoge el pomposo Parque de los Aromas. Bajo la copa de los árboles se congregan diversas plantas aromáticas (lavanda, cantueso, hierbabuena, etc). En su centro, un área infantil. Concluye el parque con las cabriolas que los adolescentes desgranan sobre una pista de monopatín. Como telón de fondo el severo y monocorde edificio de los juzgados.
A completar el escenario tan saludable se presta a nuestra izquierda el Centro de Salud, al que antecede un oleaje de pinos sinuosos. Rebasamos la glorieta y seguimos nuestro descenso. En la acera contraria se sitúa una suculenta tentación: la churrería “La Tradición Castiza”, con un monumental retablo de cerámica en su interior.
Bajo la sig. rotonda, discurre el río Guadarrama. Si nos asomamos observaremos sus aguas desmadejadas, represadas por una serie de diques. Una acertada intervención municipal ha suavizado los fríos tableros de hormigón de su cauce con plantas colgantes. Asimismo, una cohorte de álamos y arbustos sedan nuestro ánimo en un lugar de tanto tráfago vial: A los automóviles, se une la estación de autobuses, una gasolinera y el puente rebajado sobre el que cabalga el ferrocarril.
Sin llegar a rebasar la rotonda, cruzamos la calle y rodeamos un feo edificio cúbico y grisáceo, al que logran redimir un anillo de chopos que refulge en el otoño. Justo tras ella, podemos acometer una empinada escalera para iniciar la andadura por el parque del Vial Sur (Cabe matizar que en Villalba, según la nomenclatura oficial, cualquier zona verde de tamaño superior al de un felpudo asciende de inmediato a la categoría de parque)
Se trata de un área que transcurre adyacente a la citada calle de tan prosaico nombre y en paralelo al ferrocarril y al río. A lo largo de su trazado podremos deleitarnos con la visión del bosque más extenso del casco urbano: El Coto de las Suertes, rescatado de las garras inmobiliarias gracias al clamor popular y a una jugosa indemnización del ayuntamiento al propietario.
Iniciamos la andadura por nuestro flamante parque por una especie de mirador, donde se apostan un puñado de bancos (¿?) y un par de casetas cubiertas por grafitis de inspiración oriental. En la enésima rotonda, debemos cruzar un par de veces el Vial Sur (en abmos setnidos) para reanudar el paseo por el “parque”. Nos recibe una escueta área canina de éxito menguado por lo impoluta que está. Le sigue un manojo de columpios para los más peques y una fuente con su hermoso frontal de forja con vocación puramente ornamental, pues no mana agua en absoluto. Después viene una nueva área infantil para niños mayores con cierto toque surrealista con barras gimnásticas reviradas y deslizantes que nos recuerdan al trazado de las montañas rusas y una socorrida pista polideportiva (para futbito y baloncesto).
Acabada la hilera de chalés que nos acompañaba el vial sur lame la orilla de la Depuradora de aguas residuales, inconfundible por su fragancia peculiar. Retrocedemos unos pasos hasta el último de los chalés para torcer por una senda que le antecede a mano derecha. Aparece jalonada de unas barras amarillas de hierro que delatan la presencia de un gasoducto subterráneo.
Flanquean el camino varias fincas urbanas a mano izquierda y a contramano una hermosa fresneda salpicada de encinas, aún supervivientes del zarpazo inmboliario. Una horrible casa prefabricada de color rojo pone la nota discordante.
La pista se agota en un cruce en forma de T. Algo más allá se entreven las montañas de áridos de la empresa Cover, bautizadas por el ingenio popular como Monte Cover o las Pirámides del Faraón. Cuando pretendemos arrancar una instantánea con el móvil, se baja de un coche un individuo mal encarado y nos interpela de esta guisa: “Está prohibido hacer fotos”. Le contestamos que si le parece bien llamamos a la policía y le preguntamos si desde un lugar público está permitido hacer fotografías. Ante esta respuesta y tras una breve discusión vacila y retorna sobre sus pasos.
Por increíble que parezca y junto a esta incalificable agresión al medio natural, se sitúa uno de los enclaves más encantadores que hayamos disfrutado en nuestros paseos por Villalba: Formando un escueto anfiteatro y engalanados de rojo y gualda se apostan un puñado de álamos y almos, a los que se arriman, mimosas, las retamas y las encinas, descansando sus pies sobre una pequeña pradera: El escenario parece extraídos de un cuento de los hermanos Grimm.
Proseguimos ahora por el brazo izquierdo de la T antes citada, convertida en angosta carretera. La variedad vegetal se multiplica: Retamas, escaramujos, pino y hasta algún plátano anteceden al mastodóntico edificio de la ITV. Al mismo, le secundan la cafetería “El Arcén” y la discoteca “La Playa” que nos “ayuda” a conciliar el sueño en los veranos. Algo más allá, confluye nuestra carretera con la vía de servicio de la autovía, lugar donde se emplazan el concesionario de Peugeot y la gasolinera. Atravesamos ésta con cuidado hasta alcanzar la acera de la vía de servivio, pasando ante una urbanización de chalés (Avenida). Le sigue una finca cuajada de grandes abetos. A su valla asoma una singular mezcolanza de hiedras, tarayes y ailantos.
Por esta zona, tras la alambrada de la autopista, se yergue una pequeña cruz de piedra en memoria del guardia civil asesinado cuando pretendía identificar a unos terroristas de ETA que conducían un coche bomba (17-XII-2002). La posterior explosión controlada del vehículo lanzó el mismo a unos 30 metros de distancia, arrancando llamas de 20 m. de altura. En nuestra urbanización, a unos trescientos metros en línea recta del lugar del siniestro, la deflagración hizo vibrar los edificios, haciendo añicos los cristales de los portales y escaleras de los últimos portales de la calle Río Narcea.
Alcanzamos un aparada de autobús interurbano, antesala de la rotonda donde se congregan dos ilustres edificios: la parroquia- de planta circular- de la virgen del Camino y, enfrente, la desvencijada Fonda de la Trinidad (s XVIII), seccionada en precarias viviendas. Sin dejar nuestra acera, proseguimos por la calle de Honorio hasta la sig. rotonda, donde se nos plantea una doble alternativa: proseguir por un carril de tierra nos permite franquear la autovía por un túnel peatonal (oscuro como boca de lobo) o bien seguir hacia delante hasta la rotonda de la urbanización Los Delfines, donde regresamos por el el mismo camino hacia nuestro barrio.

sábado, 24 de noviembre de 2007

LA CANTERA ABANDONADA

La Cantera abandonada

Partiendo desde nuestra urbanización, avanzamos desde la Volkswagen por la calle camino de La Fonda. A mano izquierda, frente al último de los bloques de las viviendas de protección oficial, desemboca en nuestra vía un camino de tierra.
Curiosa componenda de viales: La calle por la que discurrimos se llama Camino y el camino por el que nos vamos a desviar responde al nombre de calle, calle de Cantos Altos, topónimo que, por cierto, bautiza toda nuestra zona, desde nuestra urbanización hasta la de Cantos Altos propiamente dicha (pasando por las de Villas altas, Terrazas de Cantos Altos, Peñanevada IV y La Balconada) así como las instalaciones del Canal de Isabel II y el colegio público Cantos Altos.
El camino de Cantos Altos desciende suavemente entre vallados de piedra, tapizados de hiedras, zarzas, escaramujos,… rezumando una atmósfera serena, solo empeñada por el murmullo motorizado de la vía de servicio de la A-6, donde muere el camino. Las fincas aledañas nos permiten atisbar casas de piedra y madera, algunos pozos y una umbría espesa provocada por un dosel arbóreo de pinos, abetos y árboles caducifolios
Hacia el final del camino, a mano izquierdA, la maquinaria de obras ha empezado a hacer estragos en los alrededores de un bello hotelito cubierto de pizarra con un mirador coronado de un pináculo que parece montar guardia. Se trata de la futura sede del rectorado de la UDIMA (universidad privada a distancia de Madrid). Los atardeceres otoñales arrancan bellas irisaciones a los plátanos que jabonan el acceso de entrada. Lamentablemente la mayoría de los árboles de la finca serán entregados en holocausto al insaciable monstruo del “progreso”.
Retornamos sobre nuestros pasos y proseguimos por la calle camino de la Fonda. La acera se estrecha hasta límites angustiosos, mermados aún más por los postes eléctricos que la acogotan y las alambradas invasoras de las fincas vecinas. Frente al colegio de Cantos Altos, se suceden encinas, lomos, sauces y fresnos que forman apretado ramillete en el umbral del las instalaciones del Canal.
Proseguimos sin desviarnos, pasando ante el bar de la urbanización Peñanevada IV, de apertura incierta. Las sillas se apilan en su terraza en espera de mejores expectativas. Concluida la acera, cruzamos hasta que se agota el seto de arizónicas que cerca el recinto comunitario de la urbanización. Una discreta vereda ceñida al mismo nos permite adentrarnos

Canteras de El Roble


en un remanso de naturaleza que aglutina grandes lajas de piedra y una variada vegetación. Un soplo de brisa alienta las titilantes caricias doradas de los álamos.
Muy cerca, a mano derecha, adivinamos el derrumbe del terreno: Se trata de una cantera abandonada, en cuyo seno una variada avifauna se cuela sobre el telón sonoro de los vehículos que arrastran su osamenta de metal por la carretera de Moralzarzal. A los pies de la cantera podemos atisbar un escueto pozo cubierto por una losa de piedra.
Nuestra vereda, al arrimo del seto antes citado y de la alambrada del Canal de Isabel II nos depositará junto a la carretera. En ascenso, avanzamos por la acera hasta alcanzar una arcaica fuente de nombre evocador recientemente reconstruida: la Huella del Roble.

En la otra margen de la vía, la hábil mano de la forja ha domado las aristas oxidadas de una escena literaria compuesta por una tosca silla, una mesa desvencijada y un atril sobre el que descansa un libro abierto del Quijote. Si nos acercamos, sobre la hoja derecha del “escrito”, adivinaremos la silueta del hidalgo de la Mancha y su escudero.
Reanudamos el paseo hasta llegar a la rotonda y virar a la derecha, emprendiendo el regreso en el punto donde se yergue el restaurante El Roble, establecimiento con ancho parking y terrazas que tientan al café o la merienda. Ascendemos hacia Peñanevada, A continuación de El Roble se alza, enigmático, el colegio de los Hermanos Maristas. A contramano, entre los árboles se acuna una pequeña explanada circular de piedra con bucólica silueta de era de trillar. Un terceto de bancos invita a tomara asiento con permiso de la muchachada, que aquí se suele enfrascar en los brazos del botellón.
Reascendemos y retornamos de nuevo por Camino de la Fonda, repasando delante del bar de Peñanevada. Tras bordear el colegio, torcemos ahora a la izquierda por la calle Río Nalón. A mano izquierda, persiste, acogotado entre las edificaciones, el último pedazo de bosque mediterráneo de Cantos Altos: jaras, retamas, encinas, enebros y hasta romero y cantueso, se resisten a desaparecer. En el sig. cruce, enfilamos, la calle Río Nancea a mano izquierda, Aquí, el terraplén que se yergue frente a las casas, rezuma la humedad procedente del antiguo depósito del Canal de Isabel II, lo que facilita la aparición de una vegetación más variada e hidrófila (sauces, avellanos, juncos…).
A poco de descender la calle, un camino se interna en este islote botánico. En su arranque podemos optar por la diestra o la siniestra. En este último caso en seguida llegaremos junto al depósito de agua antes mencionado. Con cierto aire de castillete, si nos acercamos a su puerta y arrimamos el oído nos sorprenderá el ensordecedor fragor del agua que allí se agolpa. Volvemos al arranque del camino para acometer su ramal mas empinado.
Subiendo con decisión, llegaremos junto a una casilla de piedra también propiedad del Canal. Desde el zócalo que se le antepone y derramando la vista hacia poniente nos brinda su paisaje la Hoya de Villaba y el telón de la sierra de Guadarrama. El ocaso es sin duda un momento mágico desde este descuidado mirador, en especial los días parcialmente cubiertos. Cuchilladas y estela de luz acometen a las nubes y prenden sus garras sobre los perfiles austeros de la sierra. A nuestros pies, una miríada de luces se recuesta por la llanura y escala las primeras estribaciones montañosas. Mientras, un reguero de luciérnagas parece arrastrase por los contornos difusos de la autovía…