domingo, 9 de diciembre de 2007

MONTE COVER

“Monte Cover: Sierra efímera

Abordamos un paseo periurbano, enlazando el vial sur con el “vientre” de Villaba: en torno al arroyo del Enebral se congregan la Depuradora de Aguas residuales y las montañas de áridos y escombros procedentes del macro túnel de Honorio Lozano. Junto a ellas, sobreviven algunos enclaves con encanto.
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Salimos de la urbanización por la vía de servicio, caminando por la acera del supermercado Gigante. Rebasado el ciclópeo escaparate acristalado de la Volkswagen, el antiguo solar de la discoteca “El Graduado” es pasto de la insaciable voracidad de las excavadoras.
Cambiamos de acera por el paso de acera inmediato y “vadeamos” la autovía por el puente de Covico o de Los Delfines (nombre de la urbanización donde aterriza). Al llegar al cruce con Honorio Lozano, desviamos la vista a la derecha: El horizonte se cercena con la flamante escultura del “Vigía del Collado”, una escultura geométrica, obra del escultor vasco Iñaki Ruiz de Egino. En palabras suyas, se trata de “alguien que protege a la población. Realicé una abstracción formal de esta idea y surgió la escultura”.
Desde luego, con una explicación tan simple, se comprende la sencillez del artefacto que ha atraído duras criticas populares, hasta el punto de proponer su cambio de sexo como la “Viga del Collado”.
Tras este desahogo personal, viramos a la izquierda para cruzar al otro lado de Honorio Lozano por el primer paso de cebra y bajar por la inmediata vía de Ruiz de Alarcón. A la derecha varios bloques níveos con relieve granuloso conforman la urbanización Los Enebros. Sobre su muro generoso, descuellan los abetos, la grana de los ciruelos de Pissard y una catalpa de la que prenden con desgana sus vainas fusiformes. Justo donde tuerce la calle asoma el colegio público Miguel Delibes.
La calle desciende ahora entre pinos y encinas. A mano derecha, un menguado solar acoge el pomposo Parque de los Aromas. Bajo la copa de los árboles se congregan diversas plantas aromáticas (lavanda, cantueso, hierbabuena, etc). En su centro, un área infantil. Concluye el parque con las cabriolas que los adolescentes desgranan sobre una pista de monopatín. Como telón de fondo el severo y monocorde edificio de los juzgados.
A completar el escenario tan saludable se presta a nuestra izquierda el Centro de Salud, al que antecede un oleaje de pinos sinuosos. Rebasamos la glorieta y seguimos nuestro descenso. En la acera contraria se sitúa una suculenta tentación: la churrería “La Tradición Castiza”, con un monumental retablo de cerámica en su interior.
Bajo la sig. rotonda, discurre el río Guadarrama. Si nos asomamos observaremos sus aguas desmadejadas, represadas por una serie de diques. Una acertada intervención municipal ha suavizado los fríos tableros de hormigón de su cauce con plantas colgantes. Asimismo, una cohorte de álamos y arbustos sedan nuestro ánimo en un lugar de tanto tráfago vial: A los automóviles, se une la estación de autobuses, una gasolinera y el puente rebajado sobre el que cabalga el ferrocarril.
Sin llegar a rebasar la rotonda, cruzamos la calle y rodeamos un feo edificio cúbico y grisáceo, al que logran redimir un anillo de chopos que refulge en el otoño. Justo tras ella, podemos acometer una empinada escalera para iniciar la andadura por el parque del Vial Sur (Cabe matizar que en Villalba, según la nomenclatura oficial, cualquier zona verde de tamaño superior al de un felpudo asciende de inmediato a la categoría de parque)
Se trata de un área que transcurre adyacente a la citada calle de tan prosaico nombre y en paralelo al ferrocarril y al río. A lo largo de su trazado podremos deleitarnos con la visión del bosque más extenso del casco urbano: El Coto de las Suertes, rescatado de las garras inmobiliarias gracias al clamor popular y a una jugosa indemnización del ayuntamiento al propietario.
Iniciamos la andadura por nuestro flamante parque por una especie de mirador, donde se apostan un puñado de bancos (¿?) y un par de casetas cubiertas por grafitis de inspiración oriental. En la enésima rotonda, debemos cruzar un par de veces el Vial Sur (en abmos setnidos) para reanudar el paseo por el “parque”. Nos recibe una escueta área canina de éxito menguado por lo impoluta que está. Le sigue un manojo de columpios para los más peques y una fuente con su hermoso frontal de forja con vocación puramente ornamental, pues no mana agua en absoluto. Después viene una nueva área infantil para niños mayores con cierto toque surrealista con barras gimnásticas reviradas y deslizantes que nos recuerdan al trazado de las montañas rusas y una socorrida pista polideportiva (para futbito y baloncesto).
Acabada la hilera de chalés que nos acompañaba el vial sur lame la orilla de la Depuradora de aguas residuales, inconfundible por su fragancia peculiar. Retrocedemos unos pasos hasta el último de los chalés para torcer por una senda que le antecede a mano derecha. Aparece jalonada de unas barras amarillas de hierro que delatan la presencia de un gasoducto subterráneo.
Flanquean el camino varias fincas urbanas a mano izquierda y a contramano una hermosa fresneda salpicada de encinas, aún supervivientes del zarpazo inmboliario. Una horrible casa prefabricada de color rojo pone la nota discordante.
La pista se agota en un cruce en forma de T. Algo más allá se entreven las montañas de áridos de la empresa Cover, bautizadas por el ingenio popular como Monte Cover o las Pirámides del Faraón. Cuando pretendemos arrancar una instantánea con el móvil, se baja de un coche un individuo mal encarado y nos interpela de esta guisa: “Está prohibido hacer fotos”. Le contestamos que si le parece bien llamamos a la policía y le preguntamos si desde un lugar público está permitido hacer fotografías. Ante esta respuesta y tras una breve discusión vacila y retorna sobre sus pasos.
Por increíble que parezca y junto a esta incalificable agresión al medio natural, se sitúa uno de los enclaves más encantadores que hayamos disfrutado en nuestros paseos por Villalba: Formando un escueto anfiteatro y engalanados de rojo y gualda se apostan un puñado de álamos y almos, a los que se arriman, mimosas, las retamas y las encinas, descansando sus pies sobre una pequeña pradera: El escenario parece extraídos de un cuento de los hermanos Grimm.
Proseguimos ahora por el brazo izquierdo de la T antes citada, convertida en angosta carretera. La variedad vegetal se multiplica: Retamas, escaramujos, pino y hasta algún plátano anteceden al mastodóntico edificio de la ITV. Al mismo, le secundan la cafetería “El Arcén” y la discoteca “La Playa” que nos “ayuda” a conciliar el sueño en los veranos. Algo más allá, confluye nuestra carretera con la vía de servicio de la autovía, lugar donde se emplazan el concesionario de Peugeot y la gasolinera. Atravesamos ésta con cuidado hasta alcanzar la acera de la vía de servivio, pasando ante una urbanización de chalés (Avenida). Le sigue una finca cuajada de grandes abetos. A su valla asoma una singular mezcolanza de hiedras, tarayes y ailantos.
Por esta zona, tras la alambrada de la autopista, se yergue una pequeña cruz de piedra en memoria del guardia civil asesinado cuando pretendía identificar a unos terroristas de ETA que conducían un coche bomba (17-XII-2002). La posterior explosión controlada del vehículo lanzó el mismo a unos 30 metros de distancia, arrancando llamas de 20 m. de altura. En nuestra urbanización, a unos trescientos metros en línea recta del lugar del siniestro, la deflagración hizo vibrar los edificios, haciendo añicos los cristales de los portales y escaleras de los últimos portales de la calle Río Narcea.
Alcanzamos un aparada de autobús interurbano, antesala de la rotonda donde se congregan dos ilustres edificios: la parroquia- de planta circular- de la virgen del Camino y, enfrente, la desvencijada Fonda de la Trinidad (s XVIII), seccionada en precarias viviendas. Sin dejar nuestra acera, proseguimos por la calle de Honorio hasta la sig. rotonda, donde se nos plantea una doble alternativa: proseguir por un carril de tierra nos permite franquear la autovía por un túnel peatonal (oscuro como boca de lobo) o bien seguir hacia delante hasta la rotonda de la urbanización Los Delfines, donde regresamos por el el mismo camino hacia nuestro barrio.

1 comentario:

cronicas villalbinas dijo...

Otra ruta al saco. Esperemos que dentro de un tiempo haya cambiado y presente otro aspecto menos rocoso.